Ruedas
Corría lo más rápido que sus piernas se lo permitían. No se detendría, al menos no hasta que encontrará en qué lugar se escondían ella y su dolor. Era un maldito. Era un tarado. Un bastardo. Y con su sortija de matrimonio en su dedo anular izquierdo y el de ella en la otra mano, apretándola con fuerza contra su palma...