Whoshher
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Dicen que el destino de los mortales está tejido con hilos dorados que los dioses entrelazan a su antojo. Pero ¿qué ocurre cuando un hombre se atreve a cortar esos hilos con sus propias manos?
Cuando Aquiles sostuvo el cuerpo sin vida de Patroclo en sus brazos, sintió que algo dentro de él se rompía para siempre. La profecía decía que su muerte seguiría a la de su amado, que pronto el destino lo reclamaría como siempre estuvo destinado a hacerlo.
Pero Aquiles nunca fue un hombre que aceptara su destino sin lucha.
Por primera vez en su vida, el gran guerrero, el semidios, el hijo de la diosa Tetis, miró a los cielos y desafió a los dioses mismos.
Y los dioses, sorprendidos por su audacia, escucharon.