atenearuizz
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Para los más jóvenes, Olympo era una leyenda. Un club, una marca, una promesa. Entrar ahí significaba cruzar una puerta que pocos siquiera podían tocar.
Y eso lo sabían bien Amaia, Cristian, Nuria, Roque y la recién llegada Zoe. Lo sentían como un rumor constante en los pasillos, una presión silenciosa. Porque Olympo estaba mirando. Y ella había vuelto.
Estela Salazar. El nombre que había marcado una generación de medallas. La deportista prodigio que se retiró cuando aún tenía futuro. La figura que, sin gritar, lo decía todo con una mirada. Para muchos, era una leyenda. Para Amaia, Cristian y Roque, era algo más: una especie de guía, una madre no oficial que los había moldeado con firmeza y ternura.
Ahora, Estela regresaba al CAR, no como atleta, sino como ojeadora de Olympo. Había cambiado el podio por la estrategia, el agua por la intuición. Su presencia bastaba para encender o calmar el ambiente. Pero esta vez no estaba sola.
La acompañaban otros miembros de Olympo. Entre ellos, el más mediático: Iker Delallave. Carismático, brillante... inalcanzable. Años atrás, él y Estela habían estado juntos en el CAR. Y aunque nunca lo admitieran en voz alta, compartían algo. Miradas largas. Gestos que no eran de rutina. Una historia sin escribir.
Todavía no eran nada. Pero todos lo veían venir.
Ahora, todos los caminos apuntan al mismo sitio: Olympo.