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Dicen que en política todo se trata de ganar, de aplastar al rival, de demostrar que tu voz es la única que importa. Kast y Jara lo tenían claro: eran polos opuestos, dos discursos que jamás podrían encontrarse en el mismo punto. Pero lo que nadie esperaba era que, entre frases afiladas y miradas desafiantes, surgiera algo imposible de ignorar.
En un escenario donde el país entero estaba pendiente de cada palabra, ellos descubrieron que el verdadero debate no estaba en los micrófonos, sino en sus corazones.
¿Se puede amar a quien representa todo lo que detestas?