ohmysweetharry
El caos siempre fue mi única constante. Desde niño, me vi atrapado en el engranaje de un mundo turbio, donde las carreras ilegales dictaban el ritmo de mi existencia. Para mí, eran un negocio disfrazado de adrenalina; para mi madre, la herencia de mi padre. Nunca tuve un hogar estable, nunca conocí el significado de la tranquilidad. Mi vida se reducía a cambios de dirección, a noches fugaces, a una certeza inmutable: nunca permanecería lo suficiente en un mismo sitio para llamarlo hogar.
Hasta que, finalmente, tomé el control. Me convertí en el líder de aquellas carreras, en el nombre que todos respetaban en el asfalto. Fue entonces cuando decidí ponerle fin al tráfico de drogas y a la trata de personas dentro de aquel mundo que me había criado. No sería yo quien perpetuara esa sombra, no cargaría con el peso de vidas destruidas. Fue difícil, sí. Pero me respetaron. Me gané mi lugar sin necesidad de ensuciarlo.
La soledad, en cambio, nunca se fue. No tenía interés en nadie, nunca había sentido la necesidad de ver más allá de los encuentros fugaces. Caricias desechables, rostros que se borraban con la luz del día. Me bastaba con eso. Hasta que llegó él.
"Uno más", me dije al principio. Un nombre que no aprendería, un recuerdo que se desvanecería con el tiempo. Pero entonces lo vi. Y su imagen se quedó grabada en mi cabeza con una fuerza inexplicable. Su presencia era distinta. Su porte imponente, su mirada firme, el altruismo que parecía llevar marcado en la piel. Bondad en su forma más pura. No podía ser uno más. No lo fue.
De repente, lo inevitable: por primera vez, sentí miedo. No de la velocidad, no de la caída, no del peligro que acechaba cada curva de mi vida. Sentí miedo de perderlo, de que jamás pudiera ser mío.