En el universo existían dos seres de poder inimaginable, entidades cuya sola presencia dictaba el equilibrio del cosmos. El primero, conocido entre las estrellas como El Que Todo Lo Ve, era un ente omnipotente y omnipresente. Su existencia no era producto del azar, sino de una necesidad cósmica, un propósito tejido en el mismo tejido del tiempo y el espacio: mantener el orden en medio del caos perpetuo. Más allá de la comprensión mortal, aquella presencia dictaba el equilibrio del cosmos. El segundo ser, conocido como El Despertador, fue creado por las fuerzas ancestrales del cosmos y también poseía un poder sin igual. Concebido con el propósito único de mantener la calma y la tranquilidad en los reinos que vigilaba eternamente, su presencia se expandía sutilmente, pero su influencia era palpable en todos los lugares que tocaba.