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Hace tres veranos, Max vivió algo que no supo cómo nombrar. Tenía 17 años, una sonrisa nerviosa y el corazón demasiado lleno cada vez que veía a su consejero: Checo, el chico de 19 que lo trataba con ternura, que le enseñó a remar, a perderle el miedo a la oscuridad... y a sentir algo por primera vez.
Max nunca le confesó nada. No podía. La diferencia de edad y las reglas del campamento Los Pinos eran una barrera que no estaba dispuesto a cruzar. Así que se fue, con un nudo en el pecho y el recuerdo de aquel verano guardado solo para él.
Ahora, con 20 años, Max regresa al campamento, pero esta vez como nuevo consejero. Todo sigue igual... salvo una cosa: Checo ya no es el chico de la fogata, ahora es el co-director del campamento, más maduro, más reservado... y aparentemente inalcanzable.
Lo que Max no sabe es que no fue el único que se fue pensando en lo que pudo haber sido.
En medio de cabañas de madera, senderos entre los árboles y noches bajo las estrellas, dos caminos que se cruzaron demasiado pronto vuelven a encontrarse. Porque hay veranos que nunca se olvidan... y amores que, por más que se intenten callar, siempre encuentran el momento para florecer.