MisaelPerezMendoza
En una época tan remota que casi todo su rastro se ha perdido en el polvo de la pradera, un antiguo pueblo vivía en esta tierra que hoy llamamos América. Vivió allí durante miles de años y sus descendientes se convirtieron en las grandes civilizaciones indias de los choctaw y cherokee, los navajos, los iroqueses y los sioux entre muchas otras. Pero llegó un momento en que los colonos blancos procedentes de Europa iniciaron una sangrienta guerra contra los indios y, en el tiempo que dura una vida, reclamaron para sí, y se la quedaron, toda la tierra de los indios, y a éstos les dejaron tan sólo pequeñas porciones de tierra donde vivir.
Cuando las últimas guerras indias estaban llegando a su fin, el presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envía en 1854 una oferta a uno de los jefes más valientes y respetados de las Naciones del Noroeste, el Jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Wáshington. A cambio, promete crear una "reservación" para el pueblo indígena. El jefe Seattle responde en 1855, cuando se sentó a una mesa con el hombre blanco para firmar el documento que le presentó el nuevo Comisario de Asuntos Indios del Territorio.
Con una presencia impresionante y unos ojos que reflejaban la grandeza del alma que habitaba en su interior, el Jefe se levanto para dirigir con voz retumbante unas palabras a los reunidos:
¿Acaso podéis comprar el cielo?, empezó el Jefe Seattle ¿Acaso podéis poseer la lluvia y el viento?
Mi madre me dijo que toda esta tierra es sagrada para nuestro pueblo.
Cada aguja de pino. Cada playa arenosa.
Cada niebla en los bosques oscuros.
Cada prado y cada insecto zumbador.
Todos son sagrados en la memoria de nuestro pueblo.
Mi padre me dijo:
Conozco la savia que corre por los árboles como conozco la sangre que fluye por mis venas. Somos una parte de la tierra y ella es parte de nosotros Las flores perfumadas son nu