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Nos encontramos en un horizonte donde el cielo parecía infinito, y cada nube era un refugio de promesas.
Tus ojos fueron mi vuelo, tus palabras el viento que me impulsaba.
Te amaré tanto, así como Ícaro amó ir al sol, sin medir la distancia ni el peligro.
Porque amar es elevarse, aunque el riesgo sea caer.
Me advertían del fuego, de lo alto, de la fragilidad de las alas.
Pero yo sólo escuchaba tu voz, que me llamaba como un eco eterno.
Cada latido era un aleteo, cada suspiro un paso más cerca de ti.
El sol ardía, y aun así me aferré a la luz, aunque quemara mis sueños.
El mar esperaba abajo, paciente, como guardián de lo inevitable.
Las alas comenzaron a romperse, pero el amor me mantenía en vuelo.
Preferí arder en tu brillo que quedarme en la sombra de la tierra.
Y aunque el abismo me reclamó, el recuerdo de ti me sostuvo en lo alto.
Porque nadie puede borrar lo que vuela con el corazón.
Y yo volé hacia ti, sabiendo que mi caída también era amor.