El rostro de la que era mi madre no salía de mi mente mientras esperaba en ese asiento metálico a que una voz robótica anunciara nuestro vuelo.
Ella había fallecido y ahora, mi hermana Ezia y yo nos dirigimos a Corea del Sur, donde hace años habíamos dejado una vida atrás para comenzar de nuevo en España, a donde verdaderamente habíamos pertenecido.
Pero antes de nada, tenemos que situarnos.
Ambas hermanas nacimos en el invierno del 99, aunque prácticamente nos llevamos un año de diferencia.
Los primeros cuatro años los pasamos en España, pero un tiempo más tarde, a nuestro padre le ofrecieron un trabajo con muy buen sueldo en Corea, y terminamos emigrando todos hacia allá.
Allí conocimos muchas personas, muchos compañeros, y sobretodo muchos amigos.
Pero no todo podía ser tan bonito.
Tras pasar cinco años allí, a mi madre le llegó una llamada, un familiar había caído enfermo, y era necesario que fuera a verlo.
A nosotras nos llevó con ella, mientras que nuestro padre y nuestro hermano, Jin, se quedaron en Corea.
De vez en cuando los visitábamos, aunque a nuestra madre no le daban muchas vacaciones. Y es que sí, ella había encontrado un buen empleo en España.
Y aunque seguíamos manteniendo el contacto con los amigos que habíamos hecho en Corea, no era lo mismo verlos en persona que hablar a través del teléfono.
Yo a mis 14 años, mi hermana con 15, nos encontrábamos volviendo a Corea.