Todo adulto posee un cuentista que es como su niño interior que desea expresarse libremente y concretarse en lo literario. Todo ser humano quiere, desea, anhela siempre; ser escuchado, lo hacemos cuando conversamos en la esquina del barrio, en la micro, en el parque, en las fiestas, todos somos cuentistas anónimos de la vida. Todos siempre tenemos algo que contar, la diferencia está: en el que escribe consiguiendo lo ficticio y en el que vive el cuento gozando de lo real. Lo mejor es (a mí parecer), que el cuentista, el escritor, goza de ambas hazañas, se regocija tanto en lo literario como en lo real. Es decir, disfruta del placer de transformar eso simple, cotidiano y/o abstracto en imágenes móviles, vívidas, imaginarias.
La punzada del cuento, yo la había tenido desde hace muchos años, nunca supe por qué no escribí antes, en otras palabras, este conflicto literario me venía molestando en la cabeza desde que estudiaba literatura chilena, yo solo quería escribir, solucionar lo que ya se había convertido en un problema, el cual necesitaba su conclusión artística para remediarlo. La idea se había calado a tal punto que la sentía en lo más profundo de mi espíritu, esa voz de niña interior ya no daba más por hablar, por salir. Fue por ello que decidí darle voz en el presente libro.
El primer día de concretización literaria ocurrió en Madrid a las 01:21 AM, en una habitación embrujada por el gran Miguel de Cervantes, pues esta, estaba llena de libros del autor, Don Quijote de la Mancha se repetía una y otra vez por la habitación, con diferentes portadas, años, ilustraciones y ediciones. Fue lógico concluir en que este sería un lugar ideal para emprender mi aventura literaria, era una clara señal del Manchego, de la buena suerte. Es decir, la comodidad de esta casa me abriría las puertas de lo ficticio y entraría a ella como quien se entrega a los brazos de la vida, decidí entonces que sería aquí en donde comenzaría todo...