En los últimos meses había hecho de mi vida un desastre. Había perdido a una de mis mejores amigas por una fuga de gas en una explosión de tren. Mi papá aceptó un trabajo en Washington donde nos tenía a mi hermano y a mí muriendo de nervios por si llegaría a casa y había entrado en la universidad. Me había acostumbrado tanto a ellos, que ya no soportaba ver a otros chicos, Darren iba incluido, era amigable y divertido, un poco engreído, pero no era un problema. Hacía reír a Clarence tanto que mi hermano ya no parecía un fantasma merodeando por la casa. Pero no era suficiente, incluso aunque lo intentara. Extrañaba a Henry H. H. El chico perfecto, quarterback del equipo; el que se pasaba horas peleando sobre si era mejor Star Wars o Viaje a las estrellas. Que decía que Chuck no debió morir y que Thomas debió quedarse con Newt en lugar de Brenda . Que explotaba hasta colapsar si los Falcones no ganaban. Que te hacía el amor y luego te soltaba una idiotez que te hacía reír. Que incluso bostezaba en tu rostro y te echaba la culpa. Que veía Crepúsculo y luego te decía las líneas al oído. Que se enojó durante un mes porque su mamá no le dejo comprar el último libro de Juego de Tronos y luego le cortó el cable y no vio el final de temporada. Que te ayudaba con la tarea sin importar si tenía montones por hacer... Y lo perdí, porque me enamoré de un idiota que me destrozó por completo. Tanto que tuve que mudarme de estado para juntar mis piezas y volver a empezar. Pero Henry seguía conmigo, porque yo lo amaba. Ian tenía razón, el amor que se notaba entre nosotros era del que no se conseguía fácilmente. Y yo quería al chico que sanó mi corazón.