La calle Brise era testigo de una de las más envidiadas historias de amor en la actualidad, y con mayor razón, pues por décadas los habitantes más longevos habrían sido testigos de las más lindas, cursis y agresivas historias que daban pie a platicas por horas mientras tomaban el té.
Desgraciadamente la mayoría de aquellas historias habrían terminado muy mal. Los ancianos esperaban que esta fuera una de las que en verdad triunfaran, pues la pareja tenía todo el potencial para poder sobrevivir a las desgracias.
Habían visto al chico caminar cabizbajo por la acera con sus emociones a flote.
Habían visto a la joven rechazar innumerables veces.
Por supuesto vieron la evolución de todo eso y dieron por echo que las bases de una relación se iban fortaleciendo más y más.
Una tarde a la hora del almuerzo, los vieron caminar sobre la acera felizmente, como si fuese su tercera cita; uno de los ancianos los saludos y ellos se acercaron a saludar un poco más formal, dando a conocer su buena educación y respeto. Al terminar, el más cascarrabias los estrujaba
con la mirada mientras se alejaban con las manos entrelazadas y dijo:
"No doy un peso por ellos"
La anciana más romántica empedernida contesto sonriendo:
"Nadie daba un peso por ti"
El anciano la vio con cara de pocos amigos.
" Y mira como resulte" alzo las manos señalándose.
Los demás ancianos se miraban unos a otros no saber que contestar, hasta que una de ellas dijo la palabra mágica.
"Apuesta"
Todos discutían, gritaban por dar a conocer el argumento de su voto, unos muchos asentían y otros bufaban por lo ridículo de la situación.
Seis en contra.
Tres a favor.
¿Cuándo sabrían el veredicto de una relación victoriosa o un fracaso?
Eso, era lo divertido, no sabían hasta donde iban a llegar y aún así apostaban como si fueran chiquillos de veinte.