Siempre lo supe. Desde niña, cada vez que observaba las ilustraciones de los cuentos de hadas, no podía evitar el sentimiento de empatía con las princesas. Esas hermosas mujeres, con espléndidos vestidos y zapatos de ensueño, que pese a toda su bondad y belleza, padecían la maldición de una bruja malvada. Ahora bien, ¿Acaso nunca se han sentido bajo el control de un hechizo, que los paraliza y no los deja avanzar? Una especie de cadena imaginaria, que nos sujeta e inmoviliza, y nos mantiene sumisas o adormecidas, tal y como la princesa Aurora en "La bella durmiente". Un día, yo decidí romper mis propias cadenas.