De tanto oír su voz olvidé por completo el sonido de la mía, la miré a los ojos esperando a que ella me lo recordara pero no fue así, estaba centrada en su reflejo hundida en su maldita vanidad y se olvidó de mí. Totalmente cansado voltee y largué un sollozo y caí al suelo, vacío, un segundo más tarde noté que mi grito no se oía, había perdido la voz, aún peor todo de mí se había marchado con ella. Caminé sin rumbo por horas, rendido me dejé caer pero nunca conseguí tocar el suelo. Recuerdo claramente esas manos que me sostenían (tan frías y cálidas a la vez) como si ocultaran algo pero al mismo tiempo me lo dijeran todo, alcé la mirada y allí se encontraba ella brillando como un ángel y doliendo como si fuera el mismo infierno. Estaba muy claro, es en vano agregar, me desarmaba y luego era quien se molestaba en arreglarme