Ahí estaba yo, paralizada, en la cocina de mi casa, con un hombre que no era mi pareja, sintiéndome ansiosa y extraña ante su mirada profunda y oscura. Un sentimiento crecía en mi vientre, tibio, incomodo, mientras sus ojos me devoraban y comprendí entonces la horrenda realidad. La posibilidad me excitaba. Alejandro es el pecado de Anabella, y es un pecado que no piensa dejarla huir.