Ismael es un buen hombre. Es un profesional responsable, un cariñoso padre de familia y un ciudadano ejemplar. Tiene secretos, como todo el mundo, pero son situaciones del pasado que no tiene caso recordar, sobre todo por lo frágil y culpable que aún se siente sobre ellos. En doce años, nunca se planteó siquiera tener que hablar sobre esos días, porque aunque no está del todo seguro, es probable que sus sentimientos sigan ahí, aguardando por el final que nunca tuvieron. Es por eso que no sabe cómo actuar ahora que lo ha vuelto a ver. No entiende porqué tiembla escondido en el baño de sus suegros, ni porque le emociona confirmar que siguen siendo del mismo tamaño y que sus ojos siguen sonriendo junto a su boca al saludar. No comprende lo que siente ni porque la vida una vez más le muestra la peor parte del juego, adornado con un sentimiento que sabe, es incapaz de ocultar.