Conocí a Lucas Ibarrui el 2 de mayo de 1938 en un internado cuyo nombre no recuerdo, situado a las afueras de San Petersburgo. Ese día Lucas estaba robando galletas de mantequilla antes de la hora de la cena. Le sorprendí en medio de su ataque a la cocina y sentí que su corazón dejaba de palpitar cuando mi mirada se posó en su figura infantil. He de decir que mi destino se vio envuelto en una serie de eventos provocados por aquel encuentro ilegal en la cocina, sin embargo, no podría saberlo una niña de once años exiliada de su país por razones que desconocía. Esta no es una historia corriente, porque es la historia de Lucas y él nunca fue un chico corriente.All Rights Reserved
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