Nosotros amábamos esa cama, como todas las que habíamos compartido a lo largo de nuestra vida. Aquel simple mueble donde comimos juntos manchando las sábanas y el colchón, jugamos con nuestros hijos, dormíamos abrazados todas las noches y disfrutábamos de nuestra intimidad. Pero la última cama que tuve la odiaba, la amaba junto a él, pero la odiaba solo. Porque era donde mi esposo había fallecido.