Mi respiración era agitada, mi mano derecha sujetaba la mochila en la que llevaba mis escasas pertenencias, aquellas prendas que me había dado tiempo de recoger antes de huir, y mi mano izquierda sujetaba el burka.
Todos en el aeropuerto posaban sus ojos en mí, y no porque tuviera una vestimenta llamativa ya que, por si no lo saben el burka es totalmente negro y solo permite ver tus ojos, posaban sus ojos sobre mi porque era la única que iba corriendo hacia la puerta de embarque.
Y no necesariamente iba corriendo por llegar tarde, no, iba corriendo porque, mi padre y posiblemente mis tíos vinieran pisándome los talones para prohibir que cogiera ese avión.
No malinterpreten, los quería, más a uno que a otro, pero los apreciaba. Lo que no iba a permitir, es que alguien decidiera mi destino, aunque este ya estuviera escrito por Alá.
No iba a casarme con un hombre al cual ni siquiera había cruzado palabra alguna, habiendo sido elegido por mi padre o por el mismísimo profeta.
¡Jamás! No permitiría que arruinaran mi vida, y si, para conseguir mis metas, debía renunciar a mi familia, a la gran fortuna que esta poseía e incluso a mi religión, lo haría.
-Señora, su pasaporte y el billete.-
¡Por Alá, tengo 20 años, no 40!
Le entrego los papeles y mi vista inspecciona cada rincón que mi vista pueda llegar a ver, en busca de algún rostro conocido.
No hay moros en la costa.
-Aquí tiene, puede pasar.-
Al entrar en el pasillo que nos lleva hacia el autobús encargado de llevarnos hacia el avión, unos gritos hacen que mi vista se dirija hacia atrás, donde puedo ver el rostro de mi padre, sus ojos mieles me observan, con tristeza pero, también con decepción.
-Lo siento padre, no volverás a elegir mi camino, es hora de tomar mis propias decisiones.-
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