Después de tanto tiempo, finalmente acabó. Ellos lo sabían, pues las trompetas de la perdición, sinónimo de la desgracia, habían cesado.
Todo aquello para librar al mundo del cruel pecado, gobernante de la existencia humana desde el pecado de Adán.
La Tierra y los sobrevivientes eran los convalecientes ante los daños causados en el Juicio Final, tan devastadores que parecía que demorarían años en levantarse. Sin embargo, Dios ya tenía planes para ellos, para los que portaban el sello de la gracia divina: El Edén.
Por fin, sus hijos, sus fieles hijos de cada época pasada, podrían volver al hogar del que fueron desterrados, sin más tentaciones ni desastres.
Esos hijos, por supuesto, aceptarían sin dudar, ansiosos por conocer lo que Él les deparaba, y es que ¿la felicidad absoluta no es lo que todo ser humano desea?