Eva era una chica de diecisiete años demasiado normal, ella no tenía amigos porque así lo había decidido, la gente se metía con ella porque su padre la había abandonado, por lo que ella tomó la decisión de separarse por completo de esa gente que tanto daño le hacía, se encerró en si misma, en sus libros, en sus estudios... Todas las tardes se iba a la biblioteca para que nadie la pudiese molestar, para que nadie la tratase mal y pudiese vivir su vida a su manera.
Eva no recordaba nada de su padre, ni su forma física, ni que hacían después de que llegase de su trabajo, ni como se comportaba con su única hija. Ella sabía que quería a su padre, ya que en definitiva era su padre, el que hizo que ella viniese a este mundo junto a su madre. Solo sabía por lo que le había contado la madre, que todos los domingo iban a misa y él la llevaba en los brazos hasta que se sentaban en uno de los bancos de la primera fila y Eva siempre ocupaba el sitio sobre sus rodillas, sabía que allí estaba más cómoda que en un banco de madera frío, allí se sentía a gusto, se sentía protegida.
Pero llegó un día en el que la vida de Eva cambio, tuvo que dar un gran cambio, no sabía si podría superarlo...