Hanna debía ser discreta, nunca debia socializar. Estaba en ese orfanato porque no la querían en otro lugar. Porque ella era diferente, peligrosa. Un monstruo. Y debía estar agradecida de que aceptaran que se quedarse. O, al menos, eso le habían dicho cuando a los cinco años su padrastro la tiró allí, como si fuera un saco de basura del que otro debía encargarse. Esa era su vida y para bien o para mal se había acostumbrado a ella. Se había acostumbrado a recibir solo miradas hostiles o temerosas allá a donde iba.
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