Una noche de maraqueo

«De nada nos sirve un pueblo enteramente libre pero plagado de males... »

El garrote chocó contra la última barra de la celda y el guardia se alejó con parsimonia por el pasillo. Un suspiro general salió de la boca de los cinco, elevándose por sobre el correr del río, al ver que el peligro de ser descubiertos había pasado.
Estaba hecho.
Tocayo sacó el papel que había arrugado y escondido en su bolsillo, haciendo una mueca cuando las llagas de sus manos tocaron la tela de la camisa. Releyó una y otra vez lo escrito, como embelesado, a pesar de la oscuridad; buscaba, tal vez, responder a la pregunta que se cernía sobre todos ellos.
¿Sería eso suficiente?
Ninguno aspiraba al puesto de Simón Bolívar, ninguno deseaba galardones; escribiendo aquello, hacían un único ruego: que no se olvidasen de ellos, que no se olvidasen de aquellos presos. Sin embargo, pronto descubrirían que sí evocaría a la memoria, pero no a la de un pueblo, no a la de la historia. El papel, su denuncia, evocaría en ellos mismos los recuerdos de la libertad.
En una noche de maraqueo, se permitirían dejar por un momento sus sobrenombres y abrir el cofre que a fuerza habían cerrado, para evitar la dolorosa nostalgia.