Sus labios se curvaron en una cálida y seductora sonrisa, que de cálida no tenía nada y mucho menos seductora. Dio dos pasos hacía mí con ese orgullo que muchos confundían con elegancia, sus ojos fijos en su presa, atentos, salvajes y sedientos de devorarme. Tomó un mechón suelto de mi peinado entre sus dedos y lo retiro de mi rostro, recorrió el ángulo de mi barbilla y la levanto suavemente, acarició la curva de mi labio inferior con su pulgar provocando una contracción bajo mi ombligo. Le miré a los ojos desafiante, llevé mis manos hacia tras de mi traje azul bajando el cierre, deslice el encaje de mis hombros dejando caer el vestido hasta mis tacones negros sin desviar mi vista de él, dejando al descubierto un pequeño brasier y bragas de encaje negro. Pude ver como su auto-control se evaporó en un instante y colisionó sus labios exigentes contra los míos. El juego había comenzado y aunque él iba perdiendo, sentí como poco a poco la alarma en mi cerebro comenzaba a activarse.
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