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«El imán June», ese efecto que muchos habían podido experimentar, me posicionaba en los primeros puestos en las listas de grandes éxitos. No podía quejarme, la naturaleza quiso ser generosa conmigo... Seguramente que, sin merecerlo, pero ese al que llaman Dios, creyó oportuno darme un lugar privilegiado en la cola de reparto.

Me concedió un físico de puta madre, cara perfecta, un pelo de un rubio espectacular y unos ojos de un azul increíble que, para ser totalmente objetivos y olvidándonos de falsas modestias... No podían ser de este planeta... Y es que... con un envoltorio así, poco importaba el sabor del caramelo. Daba igual que fuera súper dulce o con ese toque ácido que prácticamente te obliga a cerrar los ojos. Incluso inexplicable que quieras volver a sentir ese regusto amargo que se ha vuelto tan adictivo.

Lo relevante de todo este rollo descriptivo era que me había convertido en una experta en exponer lo estrictamente necesario para que el interior de June Moore fuera lo último que pudiera interesar. Exhibir aquel papel extra brillante ocultando lo que no quería mostrar. Sin esfuerzo, con chulería extravagante y un arte que cultivé durante años.

...Hasta que ella apareció con sus ojos verde intenso dispuesta a descubrir que se escondía detrás de aquella sólida fachada. Todo cambió y aquel muro que mantenía mi secreto a salvo comenzó a desmoronarse.