La conocía de toda la vida, lo suficiente como para concluir que no me agradaba. Y ella me conocía, poco, pero lo suficiente para lograr romper aquella barrera que los acontecimientos y decisiones habían puesto entre nosotras. Yo siempre preferí la felicidad que la tranquilidad y el sosiego dejaban en mi alma, quizás ese sea el problema con la felicidad, que nunca es extraordinaria; que jamás podrá compararse a la espectacularidad de la inestabilidad o la excitación del peligro; justamente todo lo que ella representaba. Tal vez fue curiosidad, destino, o karma. Pero nuestros caminos, se habían cruzado; y yo, ya no podía hacer nada para evitarlo, porque desde la primera sonrisa, había perdido.