Lázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabajando en lo que odia, y aguantando a una esposa a la que ha dejado de desear. Un lluvioso día de primavera, su vida da un giro de 180 grados; alguien aparece para poner patas arriba toda su existencia.