Despertó sobresaltado por tanta bulla y griterío. Se calzó las alpargatas ya desgastadas de tanto uso, y salió. Lo que vio allí, no lo inmutó. Casi que se podría decir que lo salvó. Los salvó. [...] Y, con todo el dolor del alma y con la vista completamente nublada por las lágrimas, le clavó el cuchillo en el cuello. No más sufrimiento, para nadie.
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