Obsérvala. Sus pasos adormecen a los fantasmas y traen consigo el canto de las ninfas, su voz es un murmullo de agua de vida y su exterior es tan delicado como una de las rosas blancas del jardín de Perséfone.
No lo entiendo, ¿Acaso puede esta alma tan frágil conseguir el caos que estás buscando?
Sus ojos. El fuego crepita en sus pupilas, y sus manos esconden secretos de lo profundo de la tierra que ni siquiera los Titanes ostentan conocer. Yo te pregunto, hijo mío: ¿Acaso no ves tú la luz que desprende de su alma? Las sombras vacilan ante su presencia y la muerte se arrodilla ante su cuerpo.
¿Cuál es el punto? Nico di Angelo vaciló, y sus palabras buscaron respuestas en los abismos de la mirada de Hades. ¿Qué es exactamente aquello que ella tiene y tú deseas tanto?
La sonrisa del dios del Inframundo se encendió como un repentino escalofrío, y por un momento, su forma humana no fue más que pura muerte.
¡Sangre de Titanes y Olímpicos, Hijo mío!
Una premisa perdida y repudiada por el tiempo, olvidada por la tierra y anhelada por la muerte.