El cielo era de una tonalidad rojiza, como si estuviera prendido en fuego, como si sangrara. Así había sido desde La Era Sombría, cuando los primeros seres de oscuridad se encargaron de contagiar a cada ser vivo con su maldad y de esa manera exterminar cualquier rastro de luz, de bondad. Y así fue hasta que se firmó el tratado de Valkya, el primer Despierto. Aquél que dio su vida por buscar un equilibro entre la bondad y la maldad; entre la luz y la oscuridad. El tratado consistía en dividir a lo que quedaba de la humanidad en ocho reinos, según su nivel de Despertar, cuatro de los cuales serían complementarios, por ser más pequeños. Y todos aceptaron tal tratado, a excepción de Wiharna y Giskhun, los reinos del invierno y la eterna noche. Los reinos de oscuridad y muerte. Después de aquello los otros seis reinos consiguieron erguirse sobre una precaria paz, siempre con el miedo constante de que los Reinos de Oscuridad atacaran y destruyeran todo lo que con tantos años y esfuerzo habían logrado fundar los Reinos de Luz.