Frío, misterioso, altivo, prepotente, increíblemente apuesto, y jodidamente problemático. Ese era Alexander cuando era joven. Cuando tenía el control de todo, el mundo a sus pies y la suerte a su favor.
Inteligente, dulce, cariñosa, risueña y enigmática, esa solía ser Felicia, cuando, en su intento por descubrir un poco más de sí misma, se encontró con él. Se dijeron mentiras, se dijeron verdades, se rompieron promesas y se destrozaron corazones. Él ocultaba la mitad de su vida y ella había perdido la mitad de la misma antes de siquiera saberlo. No siempre es el más cobarde el que huye, y cuando Felicia se fue, se llevó consigo más misterios de los que Alexander puede contar.
El tiempo los separó y fue también el tiempo el que se encargó de reunirlos; sólo que esta vez, quien oculta secretos no es él, y quien lo ha perdido todo antes de darse cuenta, no es ella.