Meredith siempre fue demasiado racional. Siempre pensaba en los demás. Siempre veía el peligro y se apartaba lo más lejos que pudiera. Siempre fue muy pensante y lógica... Pero todo eso cambió cuando su jefe decidió jubilarse del hospital. Siendo ella una gran enfermera no podían dejarla fuera de la clínica, y rápidamente le buscaron un reemplazo a su jefe. El Dr. Harrison era una persona bastante... peculiar. Con dos metros de altura, el cuerpo bién tonificado y una cara esculpida por los mismísimos Ángeles , el doctor aparentaba ser alguien normal. Sin embargo, aquel hombre estaba loco. Buscaba siempre el peligro y los riesgos. Nunca fue muy maduro, es más a veces parecía un chiquillo de diez años y no el mejor cirujano plástico del país. Aquel hombre estaba chiflado de remate, todo el opuesto de Meredith. Ella lo odiaba a él. Él la amaba a ella. ¿Que pudiese pasar con este par de idiotas tan diferentes? • • • "¡Usted está loco! Bájeme en este mismo instante" gritó Meredith a todo pulmón. "No, princesa. Debemos ir adonde el notario" replicó el hombre "¿A-al no-notario? ¿Qué se supone que deberíamos hacer en ese lugar?" Preguntó extrañada. "¿No es obvio, cariño? Nos casaremos" Vaya que estaba mal de la cabeza.