El 24 de Julio de 1938 a las 4 de la tarde, los alpinistas alemanes Heckmair y Vörg junto con los austriacos Harrer y Kasparek demostraron algo que solo unos pocos consideraban posible. El ultimo problema de los Alpes fue resuelto, la pared norte del Eiger fue escalada. Después de 3 días de intensa escalada dominados por avalanchas de nieve y roca, sumadas a una fuerte tormenta, los 4 alpinistas alcanzaron con éxito la cumbre de 3.970 msnm del Eiger.
La Eigernordwand no es un obstáculo que pueda vencerse en un abrir y cerrar de ojos. Uno de los alicientes que ofrece es que la dificultad de la escalada asciende progresivamente desde los pasos difíciles, hasta los muy difíciles y los extraordinariamente difíciles. Los heleros son cada vez más empinados, las placas rocosas más verticales, y la roca en sí más descompuesta conforme uno se acerca a la cumbre. Asimismo, resulta más difícil encontrar protección y el esfuerzo del montañero se redobla debido tanto al efecto de la altura como al desgaste sufrido durante el tramo de pared escalado, lo que pone a prueba todos los recursos del alpinista.
La ascensión de la cara norte del Eiger (1938), junto con las otras caras norte más difíciles de los Alpes tales como el Matterhorn (escalada en 1931) o las Grandes Jorasses (1935), requirió un nuevo tipo de alpinismo. El alpinismo extremo como se le llamo entonces, que se valía de métodos artificiales para lograr ascensiones hasta entonces imposibles. Pero de después de que los intentos anteriores terminaron en tragedia, se encendió la polémica en torno a este nuevo estilo de escalar. De un lado La vieja generación y de otro los más jóvenes; los «caballeros» alpinistas del montañismo ortodoxo británico y suizo, secundados por los guías profesionales frente a los extremistas pertenecientes a la clase trabajadora alemana y austriaca (y, en menor medida, italiana).