Viviendo con Fantasmas

Ellos dejaron su cuerpo hace tiempo. Descuidaron su apariencia. Descuidaron muchos de sus aspectos espirituales. Pronunciaban el nombre de sus dioses con una voz plana. Hablaban mecánicamente, sus voces se la aceleraban para terminar su oración y no desperdiciar su tiempo.
Huían de su fe. Ya no podían creer en algo más grande que ellos. No pensaban en alguna consecuencia si dejaban de creer, no le temían a ningún ser divino. Ellos habían logrado trascender más allá de ellos.
Sus sueños fueron enterrados hace mucho. ¿Tenían sueños? Nunca se los he preguntado.
Ellos se lo imaginaban: eran pinturas nunca hechas, consejos nunca pronunciados, pasiones nunca desbordadas, amor nunca expresado. Odio nunca gritado.
Tenía miedo de dejar mi cuerpo, como lo hicieron ellos. Luego me di cuenta, no podía abandonar mi cuerpo como ellos, era una parada, una bastante insoportable.
Era un mausoleo coloreado y adornado. Tenía iluminación y sonido. No estaba descuidado. Aun así, se podía notar algo pudriéndose. No se podía oler con la nariz, pero el ambiente apestaba a decepción.
Observarlos todo el día me desgastaba. Escucharlos me irritaba. Me era imposible comunicarme con ellos. Parecían dos dimensiones en un mismo plano. Ellos eran vórtices a una dimensión en donde las entidades están hechas de un material diferente al mía.
Los sonidos producidos por mi boca eran incapaces de traspasar esa barrera dimensional, tal vez por eso no me escuchaban. Yo podía escucharlos con gran claridad.
¿Me veían? en ocasiones podían. Me preguntaba si estaba muerto para ser ignorado. Me veían como una especie diferente. No me temían, ni les disgustaba, ni les importaba.
Compartía la sangre con esos espectros. No quería convertirme en uno de ellos. Aunque lo negara, era uno de ellos. Un espectro más joven, con deseos de escapar del mausoleo.