El verano de Lydia no fue exactamente el ideal de verano de cualquier adolescente de diecisiete años de su círculo cercano. Ella no fue partícipe de las frecuentes fiestas, de los tradicionales fogones en la playa hasta la madrugada, ni de las muy cotidianas salidas a los Pub de más élite -a los que sus amigos asistían cada noche por medio, sin falta-. Pero no sintamos lástima por Lydia, porque de hecho ella sí vivió la vida loca, pero en el período escolar... Debido a eso, sus padres acomodaron sus horarios para que ella no pudiera hacer otra cosa más que estudiar para sus exámenes y cumplir con su nueva responsabilidad: ser voluntaria en un centro telefónico de apoyo psicológico y asistencia a la persona en crisis. Esos tres meses le ayudaron a Lydia a valorar su vida, a madurar, a sanar su hígado... y principalmente a descubrir que ayudar a otras personas era algo que realmente le gustaba, valoraba y la hacía sentir bien. Todo parecía demostrar que sus vacaciones la habían reconstruido por dentro, pero una última llamada rompería este esquema completamente. Lydia rompe las reglas, comete un error y lo peor es que hay vidas en juego. Ahora Lydia se verá inmersa en una intensa búsqueda, para hallar de una vez por todas, al chico de la voz triste.