He memorizado su rostro. Sé su tipo de café favorito. Conozco su perfume. Si cierro los ojos, puedo oír perfectamente su voz en mi mente. Puedo dibujar sus ojos aun sin ver. Lo odio. No estoy obsesionada. Él no tiene nada fuera de lo común. Entonces, ¿por qué voy todos los sábados a fingir que quiero tomar un café solo para que sus ojos recaigan en mi por un minuto? Me gustaría pensar que tiene el poder de la atracción, que es un vampiro al cual no se le puede resistir, que solo me da curiosidad por lo extraño que a veces suele ser, que no soy la única que se fija en un chico que sirve café... No quiero admitir que he caído en lo más estúpido y ridículo que puede existir.