Noche de sinfonía.

La noche habla, solloza tu sinfónica voz, olfateo tu aliento afrodisíaco e incitante; y murmura tu nombre con voz dulce, lenta y tierna, letra por letra, una palabra una pausa, otra palabra otra pausa, y otra y otra, y tu aroma a seis cigarrillos impregnados en los casi invisibles poros de tu piel, han llegado hasta mis pulmones, me dice que no te has marchado por completo, me hace inhalar esperanza, esperanza a ese par de brazos largos hechos a la medida para abrazar mi espalda, esa tranquilidad repleta de ilusiones utópicas.
No es entendible el hecho de que tengas que partir cuando creaste un mundo únicamente para mi, como carajos explicas un repentino muro entre los dos.
Entregue limpia el alma sin la huella de otras manos, sin la marca de otro labios, libre de pecado, para fundir nuestra piel nueva para recorrer desde el último cabello hasta la punta de los pies, haciendo contacto erótico, hacernos uno, sollozar entre agitadas respiraciones y estallar con las llemas de los dedos recorriendo el paraíso del pecado fructífero. Hicimos arte amor mío, arte en el infierno y volamos hasta el cielo, volamos y volaste, volaste lejos, partiste; descubrirse otra piel, otros labios, quizá con un sabor distinto, o también y quizá recordando el sabor mío.
Hoy no vuelvas, vuelve mañana, quizá te encuentre de nuevo bajo el cielo nublado y la suave brizna callendo sobre nuestros rostros mirandose a seis milicentimetros, entre viento frío y me des un abrazo caluroso; no vuelvas hoy, vuelve mañana.