Elisabeth, era una joven soñadora y llena de vida por así decirlo ya que literalmente no era un ser con alma, era un monstruo frio y sin corazón; Sus ojos purpuras brillaban al observar la pequeña luz que se filtraba, su cabello castaño no era la gran diferencia en comparación con su tés tan pálida y fría como la nieve, consecuencia de lo que era, una criatura al cual ella no había elegido ser jamás, pero el destino nadie lo elije solo lo vive y lo supera, aunque no nos agraden así es la vida, pero des afortunadamente para Elisabeth su vida jamás terminaría, ya que se trataba de un ser inmortal, solo otro como ella podría terminar con su inmortalidad, pero lastimosamente nadie podía tocarla, ni mucho menos hacerle daño. Elisabeth se trataba de nada menos que la princesa de los vampiros.
Pero no conforme con esto, tenía otra cosa, que hacía que su inmortalidad fuera cada vez más larga. Emily, su hermana gemela, ella era reconocida por ser una vampiresa ejemplar, seguía las reglas y las normativas, se podría decir que era la hija prodiga de su padre; el Conde Dark, despiadado y vil, su carácter temido por todos: era reconocido por engañar y torturar a sus víctimas con sus ojos rojos, teñidos como la sangre con la cual se solía alimentar día tras día; no solo se alimentaba de cuerpos humanos vivos e indefensos, sino que también se alimentaba de aquellos que retaban su poder, seres inmortales cuya sangre más espesa y rojiza es todo un manjar para el paladar de la realeza.
Elisabeth, era vista por toda su familia, y por todo el reino vampírico como la más débil y estaban en desaprobación de las órdenes del Conde Dark, que había elegido a su hija Elisabeth como la próxima reina para gobernar por toda la eternidad, solo él estaba consciente del poder de su preciada hija, sabiendo que el poder en su ser se desatará y así traería a la reina de las sombras...
︱ 𝐄𝐍 𝐄𝐒𝐓𝐄 𝐌𝐔𝐍𝐃𝐎 𝐐𝐔𝐄 𝐆𝐈𝐑𝐀 𝐘 𝐀𝐕𝐀𝐍𝐙𝐀
━━━━Te enseña a sentir,
donde el sol nace y muere, debes aprender a vivir.
Los días son sombras que pasan veloz,
y en cada instante, hay un eco, una voz.
Aprender a morir no es perder la esperanza,
es soltar lo que pesa, es dar una danza.
Las lágrimas caen como lluvia en el suelo,
regando la tierra que nutre el anhelo.
Vivimos entre luces y sombras del ayer,
donde el amor se encuentra y el miedo puede arder.
Cada adiós es un ciclo que se vuelve a empezar,
y en la despedida, se halla la libertad.
Este mundo te cambia, te pide que elijas,
entre el peso del miedo y las alas de risas.
Así que vive, ama, aunque duela el camino,
pues en cada caída, se forja el destino.
Aprender a morir es aceptar el final,
mas vivir es un arte, un viaje inmortal.
Así, entre susurros y ecos del vivir,
te invito a encontrar tu razón de existir.