Era comodidad lo que sentía cuando me sentaba en mi cama, observaba el cielo nublado junto a mi café en mi mesita de noche y mi libro nuevo entre las manos. Era pesadez lo que sentía cuando mi profesor me mandaba mil ejercicios iguales para que aprendiéramos algo que más tarde no nos serviría de nada. Era alegría lo que sentía cuando mi hermano pequeño sonreía y me dejaba ver esos pequeños dientes de leche que le estaban saliendo. Y era amor lo que sentía cuando... Bueno, nunca he sentido amor por nadie, hasta que llegó él, con su mal humor y enfado con el mundo. Fue entonces cuando no sólo sentí amor, si no ganas de patearle la cabeza.