Tenía veintitrés cuando mi padre cometió lo que parecía ser para mi madre la peor de las maldiciones hacia un humano. Al principio, la idea de tener una vida eterna sonaba increíble, pero con el paso de los años, tras saber los secretos que mi padre ocultaba y con ello las mentiras, supe que mi madre tenía razón, esto no era más que una terrible maldición.