Como amanecer infantil con juguete nuevo, me entusiasmó la idea de hacer este libro. Siempre hay una dosis de ego latiendo en el que escribe, pero mi regocijo mayor, al no ser plenamente autor de estas glosas, era hacerle un regalo a quienes nunca contesté personalmente. Puedo tener ahora, al menos un gesto, hacia la amistad nacida de la relación cristalizada -como dijo Sthendal que sucede con los amores cuando los separa la distancia- entre mis textos en "El diablo ilustrado" y la "carta del lector".
Aprovecho entonces para agradecerle a los compañeros(as) de diabluras, esa pureza e imaginación que es, a fin de cuentas, quien me crea y moldea a su antojo.
Este libro no es simplemente una recopilación, en sus páginas me han llovido muchas voces y he procurado, además, atenuar reiteraciones que abundaron en los artículos publicados. De todos modos, se me escaparán obsesiones inefables pero, al menos, serán mitigadas. Antes de dar paso a las diabluras agradezco la enamorada osadía de publicarle a un amigo(@) anónimo o, digamos que de nombre tan extraño como "El diablo Ilustrado".