El pelaje del perro gigante era gris; tan gris como las nubes en plena tormenta. Sus ojos eran del mismo color intenso, pero con un leve dorado alrededor de ellos. Impresionante, todo en él lo era. Era tan irreal, que estaba seguro que nadie me creería si se los dijera. Jamás vi a un lobo tan grande. Y eso no era lo peor (si, porque había algo peor). Lo que más me preocupaba, en este momento era que no estuviera solo. La piel se me erizo de solo pensar en más lobos como este. Me recorrieron dolorosos y fríos escalofríos por todo la espina dorsal hasta la punta de los dedos. Si esto era un cuento de hadas, entonces yo era caperucita roja; y aquel animal de asombroso tamaño era el lobo feroz.
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