Jamás hubo un hombre más apuesto y misterioso que él. Quizá era su vestimenta, digna de cualquier noble; podía ser su mirada, perdida y taciturna. Era algo más que eso: las pocas veces que frecuentaba las calles de París, se le veía con una máscara negra. Decían los rumores que, antaño, tuvo una mujer a la que amar. La describían como joven, alegre e inteligente, mas poco talentosa y nada agraciada. Las malas lenguas hablaban de suicidio. Que ella no podía soportar la belleza que él desprendía al estar a su lado; las burlas dirigidas a ella y los coqueteos indiscretos que él recibía en presencia de su amada hicieron que el amor propio de ésta decayera, hasta el punto de no querer seguir viva. "Fue muy egoísta por su parte, sabiendo que alguien tan misterioso y atractivo como él pudo llegar a amarla". Pero nada más lejos de la realidad.