Ardor era lo que sentía en sus muñecas, nunca se acostumbraría a los primeros cortes. Uno, dos, tres... quince cortes en su piel trigueña. Era lo único que calmaba ese dolor en su pecho; ver las pequeñas gotas rojas deslizarse por sus brazos le entregaba un sentimiento de paz inigualable. Ya no soportaba el dolor en el pecho causado día tras día por sus supuestos "amigos". Ya no podía más. No soportaba más. Ya no quería levantarse. Y lo peor de todo era escucharlos preguntarle el "¿por qué?" de su actitud.All Rights Reserved