Era un día soleado cuando aquel reino se fue abajo, los súbditos del palacio trabajaban arduamente en los preparativos para conocer al heredero de la corona; quien sería presentado al pueblo ante el incontrolable deseo de éstos de poder por fin tener una imagen de quien sería su futuro rey. Personas que vivían cerca al palacio nunca olvidarían aquel fatídico día, en el que vieron a súbditos alejarse aterrorizados del palacio y de éste, provenían gritos de dolor. Cuando algunos aldeanos se armaron de valor para entrar al palacio con el deseo de saber que ocurrió y si su futuro rey se encontraba a salvo; se dirigieron hacia el trono distinguiendo una silueta sentada en éste, y al acercarse más pudieron reconocer a su rey, (se habrían sentido felices de verlo si no fuera por la condición en la que este se encontraba, frente a ellos no se encontraba el rey amable y de sonrisa bondadosa que conocían, no, delante de ellos se encontraba un hombre de sonrisa burlona y ojos perdidos. De pronto uno de los aldeanos grito "miren su mano izquierda" las demás personas al escucharlo fijaron su vista en esta y aterrorizados notaron que era un puñado de cabello dorado, temiendo lo peor sin demora fueron a los aposentos del príncipe. Encontrando una cuna vacía bañada en sangre y con restos de hermosas hebras doradas.