Siempre pensé que yo era el porqué de que habláramos, de que fuéramos lo que éramos, pero ¿sabes? Nunca fue así. Tú eras la razón de todo esto. Tú nunca te ataste a mí, nunca fuiste dependiente de mis sonrisas o de mis suspiros; nunca me necesitaste. Sin embargo, y a mí pesar, supiste perfectamente cómo tomar un corazón roto, cómo cuidarlo y curarlo, para, finalmente, dejarlo como lo habías encontrado (o quizás peor).