A pesar de mis, apenas 17 años. Había abierto una especie de psicólogo por teléfono, ofertando ayuda en las páginas amarillas para aquellos que tenían problemas. Casi nunca recibía ninguna llamada, solo unas tres al año, pero estaba feliz de poder ayudar. Este tipo de negocios no era de lo habitual y preferían un psicólogo con el que hablar cara a cara. Mi vida monótona de psicóloga al teléfono comenzaba a ser interesante cuando un paciente de nombre Park Jimin hace una llamada.