Mackenzie Foster sin duda sabía cómo llamar la atención. Pero claro, una belleza castaña con ojos azules tan fríos como los mismos polos no pasaba desapercibida por los pasillos de la única secundaria en un pueblo casi fantasma perdido en la frontera entre Nevada y California. Aunque no era solo su belleza casi infernal lo que la hacía prácticamente la reina de las calles desgastadas y polvorientas en las que había crecido. Era que, antes los ojos del pueblo, era un corazón salvaje. Era un huracán de problemas. Una bomba de sensualidad que se robaba la mirada de todos con sus piernas bronceadas y su mala actitud. Era capaz de aplastar el pueblo entre sus dedos y todos se romperían felizmente. Vivía su vida plena y amenamente, aunque gobernaba con mano dura los corazones de todos. Me había cansado de contar el número de chicas que la perseguían pasillo entre pasillo, desesperadas por su atención y por la oportunidad de escalar en la pirámide de popularidad con su amistad, o de contar el número de pretendientes que le dejaban notas de amor en su casillero, le compraban flores y chocolates y le confesaban su amor eterno. Todos tenían el mismo destino: La basura. Aún así, la amaban, por más despreciable que podía llegar a ser. Así que imagínense la reacción de todos el día de su muerte. A decir verdad, no entendía tanto el alboroto; si a decir verdad era cierto que Mackenzie era realmente atractiva (más de lo que me gustaría admitir), nunca la vi como la reina de la preparatoria, mucho menos como un personaje importante para el resto del pueblo. Fue entonces cuando la conseguí sentada en la orilla de mi cama con uno de mis libros favoritos entre sus manos. Estaba ahí. Sólida. Sonriente. ¿Viva?All Rights Reserved
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