Con su rostro cubierto por la más suave seda, con bordados de oro y piedras preciosas, bajaba de la mano del creador al centro del cielo en medio de los ángeles que agachaban la mirada y extendía seis de sus doce bellas alas blancas para estabilizarse en las nubes mientras las otras lo cubrían de cualquiera que pueda verlo. Soltaba la mano del creador que era el único que lo miraba y empezaba a entonar los cánticos más hermosos del cielo en su honor.
Luego se marchaba con él, que lo dejaba en las puertas de su jardín privado a esperar al día siguiente, a los primeros rayos del sol y volver a entonar sus melodías. Solo allí podía extender todas sus alas, quitarse la capa y sentir la brisa directamente sobre su rostro.
Solo allí podía tocar el pasto con sus pies descalzos, dejar que sus alas se arrastrarán por el suelo y disfrutar de las flores, las mariposas y las aves. Y cantaba sobre sobre el cielo, el sol y las flores, pero conforme pasaba el tiempo cantaba también sobre la soledad.
Hasta que sus ojos se cruzaron por casualidad con un ángel, se vislumbraron tal vez por unos segundos pero que fueron una eternidad para ellos. Se descubrió a sí mismo pensando en ese ángel, en su rostro, en cómo le sonreía día y noche. Deseo cantarle solo a él entre sus brazos.
Y luego recuerda la guerra, el peso de su arco en sus manos y el dolor de sus alas siendo arrancadas de su cuerpo. Recuerda el castigo, recuerda su jardín perdido, recuerda a su ángel cayendo y a sí mismo cayendo con él.
Recuerda el dolor en el rostro de su bello ángel, las cadenas y la ira.
Y se juró así mismo que lo liberaría, sin importar que si tenía que destruirlo todo.
Tom Riddle logró salir del diario en el momento que le hacía creer a Harry Potter que lo había derrotado, aunque la realidad fue que Tom aprovechó para escapar y volver a tomar lo que perdió hace unos años.